El pasado sábado 27 de enero de 2018, en la Iglesia de San Francisco, se celebró una conferencia impartida por el Rvdo. Sr. D. Francisco Javier Sánchez Martínez, miembro de la Delegación Diocesana de liturgia, con el título “Sentido de un Jubileo. Claves para vivirlo.”

D. Francisco Javier daba comienzo a su conferencia resaltando dos características esenciales del pueblo cristiano, la alegría y la memoria.

-La alegría: Se trata de una alegría serena, pacífica, constante, del alma. Ser cristiano es vivir con esta alegría. Nos sostiene la alegría en el Señor, y sanamente sabemos disfrutar y celebrar, festejar.

-La memoria: somos un pueblo que tiene memoria, que recuerda las acciones del Señor, sus obras salvadoras.

Por la alegría y por la memoria, nos decía D. Javier, vamos a vivir este jubileo de los 425 años del aniversario fundacional. Hacemos memoria agradecida a Dios por esta historia y nos alegramos, con júbilo; ¡lo festejamos!, de ahí el programa de actos del año jubilar para vivirlo con alegría, sin cansarnos, y dando gracias a Dios por este aniversario.

A continuación, nos hacía una reseña histórica de los distintos jubileos celebrados por la Iglesia.

El primer Jubileo de la Historia fue en el año 1.300, convocado por el Papa Bonifacio, dando nueva dimensión y significado a las peregrinaciones a Roma. La continua afluencia de peregrinos incentivó a Bonifacio VIII a convocar el Jubileo cada cien años y a promulgar la indulgencia plenaria.

Desde el año 1.475 los Jubileos se realizan cada veinticinco años y pasan a llamarse también Año Santo.

En el año 1.500 el Papa Alejandro VI, inauguró solemnemente el Jubileo y añadió un nuevo rito: la apertura de una Puerta Santa en la Basílica de San Pedro a la que, desde entonces, fue adjudicado el papel tradicional que la puerta áurea de San Juan de Letrán, había desempeñado por siglos. Desde aquel momento la apertura de la Puerta Santa y el paso a través de ella, se convirtió en uno de los actos más importantes del Año Santo.

En el año 1933, Pío XI celebró un Año Santo extraordinario, el de la Redención.

Pío XII abrió el Año Santo en un horizonte cargado de tensiones y con las heridas de la segunda guerra mundial todavía no cicatrizadas. Un mensaje de paz subyace en el Jubileo del año 1950. Es el año del «gran retorno y del gran perdón» de todos los hombres, también de los más alejados de la fe cristiana.

Después del Vaticano II se planteaba la posibilidad de celebrar un año santo o no, a muchos les parecía anacrónica, ligada a una idea de cristiandad medieval. Pero el Papa Pablo VI decidió no interrumpir la tradición de los Jubileos, por lo que se celebró en el año 1975 el Jubileo de la reconciliación y de la alegría.

«¡Abran las puertas al Redentor!». Con estas palabras Juan Pablo II introdujo la Bula que, el 6 de enero de 1983, convocaba el Jubileo de la Redención. El motivo de este Año Santo extraordinario fue el 1950 aniversario de la muerte de Jesús que el Papa entendía celebrar en continuidad con el Jubileo extraordinario de 1933 y en vista del Jubileo del Jubileo del año 2000. El Jubileo extraordinario tuvo la función «de llevar a cabo una digna preparación para el «Año Santo del 2000».

En el año 2.000, se celebró El Gran Jubileo, proclamado por el Papa San Juan Pablo II. Al igual que otros años jubilares anteriores, fue una celebración por la misericordia de Dios y el perdón de los pecados. La principal innovación de este Jubileo fue la adición de muchos «jubileos particulares», celebrados simultáneamente en Roma, Israel y otras partes del mundo.

Seguidamente, nos habló del sentido de un Jubileo. ¿Por qué celebramos Jubileos y cómo celebrarlos?

Vemos entonces que a partir del Jubileo en su sentido más original, jubileo de la redención, nacerá el poder celebrar otros jubileos más particulares, más locales, en determinadas fechas redondas, aniversarios más especiales. Pero tienen en común algunos elementos:

-Un templo jubilar, declarado para ese Año. En este caso el templo jubilar es la iglesia de S. Francisco, con la imagen de Jesús Nazareno.

-La peregrinación, acudiendo con espíritu de fe al templo jubilar. Esta peregrinación puede ser personal, acudiendo al templo a orar tranquilamente ante Jesús Nazareno y creciendo en el trato personal con Él. La oración será muchas veces mirarle y que Él nos mire –“mire que le mira”, escribe santa Teresa en Camino de perfección-, en encontrar consuelo en nuestras preocupaciones al verle cargado con la cruz o en ponernos junto a Él y aliviarle cargando nosotros con su cruz. Además la peregrinación con sentido comunitario, eclesial. Es bueno organizar la peregrinación de las parroquias, de cada hermandad, de cada Asociación de fieles, etc., para, juntos, vivir el jubileo en el templo de S. Francisco.

La indulgencia plenaria

Asociado a todo Jubileo va el hecho de ganar la indulgencia plenaria. ¿Qué son las indulgencias y cómo entenderlas?

Ganar la indulgencia plenaria es un regalo del Año jubilar. Hay que situarla y entenderla bien.

La indulgencia nace de la misericordia eterna e inagotable de Dios y corresponde con la verdad de nuestro ser: somos pecadores, y pecadores no en general y abstracto, sino con pecados muy concretos, con nombres y apellidos.

A poco que rasquemos en la conciencia y escarbemos en la tierra de nuestro corazón, lo descubrimos. Hacemos el bien a alguien, realizamos una obra de misericordia, etc., y muchas veces el orgullo nos come haciéndonos creer que somos mejores que nadie. La soberbia nos hincha y nos creemos superiores a los demás, y los tratamos con prepotencia. O sentimos envidia, es decir, tristeza del bien ajeno, justificándonos, disimulando…

La confesión sacramental perdona los pecados. Pero éstos dejan heridas en el alma que tardan en cicatrizar, dejan restos, tienen consecuencias para los demás. Por ello hemos de reparar y satisfacer por nuestros pecados. Ahí entran las indulgencias: son un proceso interior, realizando algunas acciones prescritas por la Iglesia, y con espíritu de fe, que satisfacen por nuestros pecados, cerrando heridas, quitando cualquier rastro. Son una ayuda en un proceso de conversión y transformación interior.

El Manual de las Indulgencias establece algunos puntos muy claros:

  1. La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados ya borrados en cuanto a la culpa, que el fiel cristiano, debidamente dispuesto y cumpliendo unas ciertas y de terminadas condiciones, consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos.
  2. La indulgencia es parcial o plenaria, según libre en parte o en todo de la pena temporal debida por los pecados.
  3. Nadie que gane indulgencias puede aplicarlas a otras personas que aún viven.
  4. Las indulgencias, tanto parciales como plenarias, pueden aplicarse siempre a los difuntos como sufragio.

Para ganar una indulgencia plenaria, además de la exclusión de todo afecto a cualquier pecado, incluso venial, se requiere la ejecución de la obra enriquecida con indulgencia y el cumplimiento de tres condiciones, que son: la confesión sacramental, la comunión eucarística y la oración por las intenciones del Sumo Pontífice.

Con una sola confesión sacramental, pueden ganarse varias indulgencias plenarias; en cambio, con una sola comunión eucarística y una oración por las intenciones del Sumo Pontífice sólo se gana una indulgencia plenaria.

Las tres condiciones pueden cumplirse unos días antes o después de la ejecución de la obra prescrita: pero conviene que la comunión y la oración por las intenciones del Sumo Pontífice se realicen el mismo día en que se cumple la obra.

Para finalizar, nos explicó que la Delegación diocesana de liturgia ha preparado un devocionario, es decir, un libro para ayudar a rezar y que el corazón y la mente oren con devoción, con recogimiento.

No es para leerlo seguido, página tras página, de una sola vez, sino para escoger y luego rezar despacio, saboreando, repitiendo varias veces una frase o deteniéndose en algo que llene el corazón: ¡el alma ante Dios!

Con este devocionario se pretende que el Año Jubilar de Jesús Nazareno sirva para conocer más al Señor, tratarlo en oración, invocarlo con fe y amor, considerar su pasión cargando el Nazareno con su cruz…